Dr. Ley y el Dr. Gracia

Lester Roloff

Dr. Ley y el Dr. Gracia son los médicos más inusuales que el mun­do haya conocido. Son inusuales porque nunca le piden consejo al paciente sobre ninguno de los signos o síntomas de su caso. Nunca han perdido a un paciente o cobrado una tarifa. Hablan con autoridad y tienen una increíble tasa de éxito del 100% con los pacientes, sin embargo, muchas personas se niegan a ir a ellos en busca de ayuda.

El mensaje más grande de la Biblia y el tema de toda ella es la gracia. La gracia es el favor libre e inmerecido de Dios, y hay una relación inquebrantable entre la ley y la gracia. Con esto en mente, me presentaré como pecador en esta historia porque “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Romanos 3:23).

MI VISITA CON EL DR. LEY

Sabía que tenía serios problemas internos, por eso consulte con el Dr. Ley. Siempre está en su oficina y listo para ver al pecador. La recepcionista me dijo que me estaba esperando. Entré en su oficina y empecé a relatar mis signos y síntomas, a lo que me dijo: “No necesitaré su ayuda;” a lo que le respondí: “¿Cree que pu­ede averiguar qué me pasa?”. Y él dijo, “No señor, no tengo que pensar, ¡sé lo que le pasa! Tiene problemas cardíacos. Es como el resto de mis pacientes.”

Mi vieja carne se rebeló, no tenía sentido para mí que cada uno de sus pacientes tuviera la misma enfermedad. Pero después de todo, querido amigo, la ley no tiene sentido para el pecador.

Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. – I Corintios 2:14

Así que mi corazón pecaminoso estaba lista para discutir el tema, y le dije, “Dr. Ley, simplemente no entiende. Tengo problemas con mis manos. Pasó mucho tiempo con una baraja de cartas, e incluso las he usado para luchar. Mis manos me están dando problemas.” Y el Dr. Ley dijo, “No, es su corazón.” Le dije: “Doc, voy a tener que discutir con usted, puede que sea médico, pero aun así no me entiende. Estoy teniendo problemas con mis ojos. Me es sencillo sentarme dos o tres horas en una noche y ver películas de Hollywood y otra hora leyendo revistas y periódicos, y mis ojos nunca están satisfechos, así que debo tener problemas oculares”.

El viejo doctor dijo: “No, amigo mío, es un problema cardíaco, sólo problemas cardíacos”. “Dr. Ley, sea razonable sobre esto. Es­toy teniendo problemas con mi lengua. Dice cosas que son agu­das y feas, e incluso chistes sucios han llegado sin escuchar y sin planificación, así que creo que hay algo podrido en mi lengua. Por favor, examine mi lengua.” Dr. Ley dice, “No, es un prob­lema cardíaco.” En ese momento, mi rebelión aumentó, y traté de decirle al Dr. Ley que eran mis oídos los que escuchaban chismes impíos. Eran mis pies los que bailaban y me llevaban a lugares a los que no debía ir, a lo cual él respondió: “Tiene un mal caso de problemas cardíacos”. Una vez más, desesperado, le dije: “Dr. Ley, seguramente hay algo mal con mi gusto. He cultivado un gusto por el alcohol y las drogas, y debe haber alguna manera de que pueda ayudar a mi gusto”. Y el Dr. Ley dijo: “Eso será atendido cu­ando su corazón esté arreglado”. En protesta y desesperación dije: “Dr. Ley, voy a otro médico;” a lo que él dijo: “El mundo está lleno de ellos. Pero nunca se recuperará hasta que su corazón se arregle.” Le dije al Dr. Ley: “¿Recomendaría a cualquier otro médico para una consulta?” Él dijo: “Sólo hay un médico que re­comendaría, pero si no me escucha, nunca irá a él, y nunca reco­mendaría a otro” (Romanos 5:20-21).

MI VISITA CON EL DR. RELIGIÓN

Así que llamé a la puerta del Dr. Religión, y parecía que era un buen tipo. Él dijo, “¡Ven aquí, Lester Roloff, me alegro de verte!” Y yo dije, “Sí, me alegro de verlo. He ido a ver al viejo Dr. Ley”, a lo que el Dr. Religión dijo: “¡Oh, ese viejo, es una antigüedad! La gente moderna no va con él. No ha tenido el entrenamiento adecuado. No sabe nada sobre los últimos métodos modernos de la medicina”. Bueno, eso me sonó bien, y dije, “A mí tampoco me gusta. Dr. Religión ¿me revisaría y vería lo que está mal?” Él dijo, “¡Claro!” Después de su examen, dijo: “¿Pues, no hay nada mal contigo. Te recomiendo que empieces a ir a la iglesia.” Y yo dije: “¿Cuál?” “Oh”, dijo, “Cualquiera de ellas estará bien.” Así que el domingo siguiente, estaba yo en la iglesia, y también el siguien­te, pero no mejoré. “Dr. Religión, no creo que esté mejorando”. Él dijo, “Bueno, ¿empezaste a ir a la iglesia?” Le dije, “Claro. He estado yendo todos los domingos.” Luego dijo: “¿Te uniste y te bautizaste?” —No —le dije—. El Dr. Religión dijo: “Haz eso, eso te hará sentir mejor”. Le dije: “Seguro que lo haré y haré que mi esposa también lo haga”. Así que fui a la iglesia, me uní a ella y me bauticé. Pero no me sentía mejor. Así que volti al Dr. Religión, y le dije: “¡Dr. Religión, hay algo mal! ¡No estoy mejorando!” “Bue­no”, dijo, “¿Realmente estás trabajando en ello? “Toma un cargo en la iglesia y comienza a ayudar a los demás”. Y así lo hice.

Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo. – Tito 3:5

Pero me cansé en la lucha, y alguien recomendó a un par de her­manos que eran médicos: el Dr. Se Bueno y el Dr. Haz El Bien. Fui a ellos, pero en vano. No había certeza ni garantía de salvación. Y entonces alguien recomendó a la Dr. Espero Que Sí, después de lo cual fui al Dr. Tal Vez, y ninguno de ellos pudieron ayudarme. Ahora—cansado, agotado, desesperado y sin fuerzas—decidí volver al Dr. Ley (Gálatas 2:16-21).

El Dr. Ley me estaba esperando, el mismo médico severo, obsti­nado y viejo, con el mismo diagnóstico: “Es su corazón”, a lo que le pregunté: “¿Qué recomienda?” “Sólo una cosa servirá”, dijo, “y eso es una operación. Tendremos que quitar su corazón y poner uno nuevo.” “Dr. Ley, ¿cuándo operará?” Y él dijo, “Yo no op­ero.” A lo que le dije: “¿Quiere decir que voy a tener que morir, aunque sepa lo que me pasa?” El Dr. Ley respondió: “No dije que tuviera que morir. Sólo hago el diagnóstico. Si realmente quiere vivir, le diré qué hacer” (Efesios 2:8-9).

MI VISITA CON EL DR. GRACIA

Así que este pecador, temblando al borde de una crisis miró a la cara de este médico implacable y dijo: “¡Por favor, ayúdeme!” Me tomó de la mano y me llevó al otro lado del pasillo y llamó a la puerta de una oficina. Un médico de buen parecer, cariñoso y sonriente llegó a la puerta, y el Dr. Ley dijo, “Dr. Gracia él es Lester Roloff. Tiene el mismo problema que todos mis otros pa­cientes que te he traído. Viene a ti para una operación” (Gálatas 3:22-26).

Entonces el Dr. Ley se volvió de nuevo a su oficina y me dejó solo en presencia del Dr. Gracia. Con miedo y temblor, las preguntas comenzaron a llegar. En primer lugar, “Dr. Gracia, ¿dejará que el Dr. Ley o algún otro médico le ayude a operar?” Y él dijo, “No, nunca he tenido ninguna ayuda.” “Dr. Gracia, ¿tiene buenas enfermeras?” “No señor”, dijo, “Nunca he tenido una enfermera. Lo hago todo.” “Dr. Gracia, ¿me dará un buen anestésico y me pondrá en un sueño profundo?” Él dijo: “No, nunca doy anestésicos porque quiero que sepas lo que hice por ti para que puedas contárselo al mundo”. “Dr. Gracia, ¿me dejara llamar a mi esposa y dejarla venir a apoyarme?” El Dr. Gracia sonrió y dijo: “No, hijo. Este es un asunto personal sólo entre tú y yo.” Se le puede decir después de que todo haya ter­minado. “Dr. Gracia, tengo miedo”, y me dijo, mientras ponía su gran mano sobre mi hombro tembloroso: “No tienes que tener miedo, nunca he perdido a un paciente. Esta será una operación exitosa.” “Dr. Gracia, ¿qué pasa con los gastos de esta tremenda operación?” “Ya está pagado”. “¿Quién pagó por ello?” Pregunté. Él respondió: “Un amigo tuyo”. “Oh”, le dije, “Me gustaría con­ocerlo.” El Dr. Gracia dijo: “Después de la operación, dejaré que lo conozcas, te lo presentaré”. “Dr. Gracia, ¿es verdad que va a sacar mi viejo corazón y poner uno nuevo?” Él dijo, “Sí”. Le dije: “¿De dónde va a sacar el nuevo corazón?” “Lo descubrirás después de la operación”.

 Y así, sólo por fe, me acosté en la mesa de operaciones, y el gran cirujano tomó el cuchillo y me cortó la sección del corazón, y salió el corazón más negro con el olor más terrible — ¡oh, fue tan re­pugnante! Y por primera vez, me di cuenta de que el Dr. Ley tenía razón: ¡fue un problema cardíaco! En un momento, el Dr. Gracia había tirado ese viejo corazón y traído uno nuevo, tan puro y limpio. Lo puso y cerró la incisión, ni siquiera dejando una cicatriz. ¡Sentí el flujo de nueva vida! El color llegó a mis mejillas espirituales, y mi lengua comenzó a decir: “Ahora me siento mejor, ¡el hecho es que me siento maravilloso!”. En un momento, con una sonrisa en la cara y lágrimas de gratitud corriendo por mis mejillas, le dije: “Dr. Gracia, ¿cuándo volveré para el chequeo?” Él dijo, “Hijo, no será necesario hacer un chequeo. La operación es un éxito, y esto es permanente” (Romanos 8:1-10).

“¿Qué más recomienda?” Pregunté. Él dijo, “Sólo haz buen ejercicios todos los días.” Y yo dije, “¿Tiene algún ejercicios en particular?” El Dr. Gracia respondió: “Sí, arrodillarse e incluso levantar las manos y alabar a Dios, y a veces, especialmente en la intimidad póstrate. Toma algunos buenos paseos a través de la comunidad, alcanzando a los vecinos. Ejercita tus cuerdas vocales en alabanza.”

Salí por la puerta, y algo dentro de mí dijo, “Vuelve”. “Dr. Gracia, me dijo que me presentaría al Amigo que pagó mi cuenta”, y me dijo: “Pensé que volverías”. Y vi entrar por una puerta al amigo más am­able que he conocido. Cuando levantó las manos, vi marcas de cla­vos, en su frente había cicatrices de espinas. Vi la marca de lanza en su costado. El Dr. Gracia dijo, “Jesús, quiero que conozcas a Lester Roloff.” Y al mirar esa cicatriz a su lado, le dije: “Dr. Gracia, ahora entiendo de dónde vino mi nuevo corazón. Él me dio el suyo.”

Me postré y dije: “Ya, es tiempo de comenzar mis ejercicios”. Después de un tiempo de alabanza y acción de gracias y de adoración a Aquel que murió por mí, caminé alegre y victoriosamente por la acera de la vida, pero se me recordó una vez más volver al viejo médico a quien odiaba por primera vez. Cuando entré, me encontró con una sonrisa. Extendí mi mano, y su gran mano fuerte agarró la mía. “Gracias, Dr. Ley, por decirme qué me pasaba”. Dr. Ley se veía muy bien y parecía tan diferente. Tuve una dulce comunión con él, y siempre lo amaré por llevarme al Dr. Gracia.

Ahora puedo recomendar a estos dos grandes doctores. El Dr. Ley le mostrará dónde está equivocado. Dr. Gracia le hará bien. Enco­mienda su caso con el Dr. Ley y el Dr. Gracia (Romanos 10:9-10). Amigo, si realmente quieres ser salvo, desestima todas las demás esperanzas de ser salvo, y ven por el camino de Dios. En tu corazón, clama al Señor: “¡Dios sé misericordioso con este pecador, y límpi­ame a través de la sangre de Jesús!”

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